sábado, 26 de mayo de 2012

El reloj y el tiempo


Reloj ¿qué cuentas? ¿El tiempo? Tu sonido monótono y tu parsimonia solo detallan el homogéneo latir de un transcurso etéreo y banal, únicamente marcas un paso estéril que el hombre creó para indicar un origen o, quizás, un fin.


El tiempo es insustancial y libre, caprichoso sin igual, avanza lento o se apresura, es relativo en su caminar. Se detiene en un suspiro o en un beso y en un recuerdo vuelve atrás, te proclama que fue mejor en un pasado, aunque te alienta a continuar hacia el futuro.


Ponemos medida a un compás o un verso, pero la música y la poesía son algo inmaterial, la métrica los acompaña, como el reloj al tiempo; sí, es cierto, pero una melodía y un poema son, como la vida misma, amantes de la libertad.


Y el tiempo sigue su avance impasible, al ritmo descontrolado que marcan unas manecillas irracionales guiadas por su péndulo anacrónico. Y nosotros avanzamos en una vida, hipotéticamente temporizada ante las obligaciones, pero desnuda y atemporal en sí misma, como en el amor.


El reloj de una pared cronometra, agonizante, el paso de nuestro tiempo; mide el presente y se dirige al futuro, no le importa el pasado. Marcó nuestro principio y marcará nuestro final, mas nunca habrá podido determinar nuestra alegría, nuestra tristeza, ni el ritmo del tiempo en que hemos vivido, ni las veces que se detuvo nuestro transcurso, ni los retornos de nuestra mente, ni siquiera la duración real de nuestra existencia, porque ese ritmo, esos lapsos inmóviles en que contuvimos la respiración y esos recuerdos que nos trasladaron a un lugar pretérito, son inmedibles salvo para nuestros corazones.


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