sábado, 19 de mayo de 2012

Yo estudié en La Pública


En muchas ocasiones he echado la vista atrás, con nostalgia, y he recordado otros tiempos: mi niñez, mi adolescencia, mi juventud. Siempre lo he hecho buscando momentos donde disfrutaba jugando con mis amigos, donde conocía a alguien especial, donde la vida me sonreía o incluso cuando me daba la espalda, pero muy pocas veces lo hice, al menos como lo estoy haciendo ahora,  pensando en la oportunidad tan grande que me brindó la Educación Pública.

 La Educación Pública entra en mi vida a muy temprana edad, cuando accedo a la guardería infantil, y me acompañaría a lo largo de todo un camino hasta finalizar mis estudios. Es decir, la Educación Pública me ha acompañado a lo largo de todo ese tiempo añorado, niñez, adolescencia, juventud. Y es la que me ha dado la posibilidad de aprender a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar, dividir… algo básico en la sociedad actual, pero que en otras épocas solo estaba al alcance de los más pudientes. Todavía vive gente en nuestro país que no sabe leer ni escribir, gente mayor que no tuvo esa oportunidad, pero a la que me niego a llamar analfabeta. Son catedráticos del campo, estudiosos de la vida y soñadores que lograron que sus hijos y nietos tuvieran otro porvenir. Lucharon por un bienestar del que nunca disfrutarían y, aun a sabiendas de ello, lo hicieron.

Gracias a estas insignes personas yo pude estudiar y hacerlo en La Pública. No sé si es gran logro, por mi parte, lo conseguido, pero tuve la posibilidad de crecer, de cultivar mi mente, de la que no disfrutaron mis padres, la que no imaginaron mis abuelos; estuve a la altura de cualquiera en cuanto a oportunidades, solo dependía de la capacidad de cada uno, no del volumen de su patrimonio; pero no competía contra nadie, si no conmigo mismo.

Al terminar los estudios básicos disponía de becas para poder seguir formándome,  aun así, al comenzar los estudios superiores, el sacrificio que debieron hacer mis padres fue muy grande. Enorme. Pero era posible, la enseñanza pública me brindaba una y otra vez la posibilidad de seguir creciendo, de seguir adquiriendo cultura, sabiduría, y, paralelamente, a encontrarme con los derechos elementales que debe tener cualquier persona y a reforzar los valores que iba adquiriendo en mi entorno familiar.

La escuela pública en la que viví tenía además todo eso, te ofrecía los derechos innegables a cualquier ser humano, te hacía mejor persona, te dejaba volar libremente, sin ideologías, te daba la oportunidad de definirte propiamente en torno a la religión, ya que la religión no era la única opción. Nunca llevé uniforme, la educación pública te desnudaba y te ataviaba con miles de prendas para que eligieras tu propio estilo… y te permitía soñar.

Jamás me había parado a pensar en la suerte que tuve de poder aprender y estudiar en La Pública, pero lo he hecho con la misma sensación de nostalgia que al acordarme de aquellos lejanos juegos infantiles, de la complicidad con mi hermano, mis primos o amigos cuando hacíamos alguna travesura, de esa chiquilla que conocí y hoy día es mi esposa, de los consejos y enseñanzas que constantemente me daban mis padres… porque esa escuela pública tiene una importancia similar en mi vida y de no haber sido por ella, casi con toda seguridad, no podría haber logrado cuantas metas me propuse y, tal vez, no sería quien soy. Sería un aprendiz de la vida, un aspirante a catedrático del campo pero, por supuesto, un soñador.

Hoy día esta Educación Pública no posee la salud que en mi época estudiantil. Hoy día tiene más demanda, mucha diversidad y la estructuración no es la adecuada para lograr la calidad que se pretende. Además, algunas tendencias políticas juegan en contra. Pero aún no ha muerto y todavía tiene fuerzas para poder sobrevivir. Llega una época de lucha, es necesario movilizarse para que aquella escuela idílica de la que disfrutamos los de nuestra generación no se pierda y se adapte a  los nuevos tiempos. Es obligación de todos, pero más aún de los que la conocimos, hacer todo lo posible porque la educación pública sea de calidad, sea esa institución capaz de ofrecer una realidad a cualquier soñador, de otorgar una vida digna a toda persona, independientemente de su raza, sexo, condición social, y siga formando a gente capaz de defenderla en situaciones difíciles.

Yo estudié en La Pública y mis hijos, no tengo la menor duda, también lo harán, por ello me veo en la obligación de luchar por mantenerla, de movilizarme para conseguir que sea de calidad y de defender todo cuanto haga falta para que así sea. Porque La Pública nos hace a todos iguales en cuanto a oportunidades y eso es un derecho innegociable de esta sociedad.

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