En muchas ocasiones he echado
la vista atrás, con nostalgia, y he recordado otros tiempos: mi niñez, mi
adolescencia, mi juventud. Siempre lo he hecho buscando momentos donde disfrutaba
jugando con mis amigos, donde conocía a alguien especial, donde la vida me
sonreía o incluso cuando me daba la espalda, pero muy pocas veces lo hice, al
menos como lo estoy haciendo ahora, pensando en la oportunidad tan grande que me brindó
la Educación Pública.
La Educación Pública entra en mi vida a muy
temprana edad, cuando accedo a la guardería infantil, y me acompañaría a lo
largo de todo un camino hasta finalizar mis estudios. Es decir, la Educación Pública
me ha acompañado a lo largo de todo ese tiempo añorado, niñez, adolescencia,
juventud. Y es la que me ha dado la posibilidad de aprender a leer, escribir,
sumar, restar, multiplicar, dividir… algo básico en la sociedad actual, pero
que en otras épocas solo estaba al alcance de los más pudientes. Todavía vive
gente en nuestro país que no sabe leer ni escribir, gente mayor que no tuvo esa
oportunidad, pero a la que me niego a llamar analfabeta. Son catedráticos del
campo, estudiosos de la vida y soñadores que lograron que sus hijos y nietos
tuvieran otro porvenir. Lucharon por un bienestar del que nunca disfrutarían y,
aun a sabiendas de ello, lo hicieron.
Gracias a estas insignes
personas yo pude estudiar y hacerlo en La Pública. No sé si es gran logro, por
mi parte, lo conseguido, pero tuve la posibilidad de crecer, de cultivar mi
mente, de la que no disfrutaron mis padres, la que no imaginaron mis abuelos;
estuve a la altura de cualquiera en cuanto a oportunidades, solo dependía de la
capacidad de cada uno, no del volumen de su patrimonio; pero no competía contra
nadie, si no conmigo mismo.
Al terminar los estudios
básicos disponía de becas para poder seguir formándome, aun así, al comenzar los estudios superiores,
el sacrificio que debieron hacer mis padres fue muy grande. Enorme. Pero era
posible, la enseñanza pública me brindaba una y otra vez la posibilidad de
seguir creciendo, de seguir adquiriendo cultura, sabiduría, y, paralelamente, a
encontrarme con los derechos elementales que debe tener cualquier persona y a
reforzar los valores que iba adquiriendo en mi entorno familiar.
La escuela pública en la
que viví tenía además todo eso, te ofrecía los derechos innegables a cualquier
ser humano, te hacía mejor persona, te dejaba volar libremente, sin ideologías,
te daba la oportunidad de definirte propiamente en torno a la religión, ya que
la religión no era la única opción. Nunca llevé uniforme, la educación pública
te desnudaba y te ataviaba con miles de prendas para que eligieras tu propio
estilo… y te permitía soñar.
Jamás me había parado a pensar
en la suerte que tuve de poder aprender y estudiar en La Pública, pero lo he
hecho con la misma sensación de nostalgia que al acordarme de aquellos lejanos
juegos infantiles, de la complicidad con mi hermano, mis primos o amigos cuando
hacíamos alguna travesura, de esa chiquilla que conocí y hoy día es mi esposa,
de los consejos y enseñanzas que constantemente me daban mis padres… porque esa
escuela pública tiene una importancia similar en mi vida y de no haber sido por
ella, casi con toda seguridad, no podría haber logrado cuantas metas me propuse
y, tal vez, no sería quien soy. Sería un aprendiz de la vida, un aspirante a
catedrático del campo pero, por supuesto, un soñador.
Hoy día esta Educación Pública
no posee la salud que en mi época estudiantil. Hoy día tiene más demanda, mucha
diversidad y la estructuración no es la adecuada para lograr la calidad que se
pretende. Además, algunas tendencias políticas juegan en contra. Pero aún no ha
muerto y todavía tiene fuerzas para poder sobrevivir. Llega una época de lucha,
es necesario movilizarse para que aquella escuela idílica de la que disfrutamos
los de nuestra generación no se pierda y se adapte a los nuevos tiempos. Es obligación de todos,
pero más aún de los que la conocimos, hacer todo lo posible porque la educación
pública sea de calidad, sea esa institución capaz de ofrecer una realidad a
cualquier soñador, de otorgar una vida digna a toda persona, independientemente
de su raza, sexo, condición social, y siga formando a gente capaz de defenderla
en situaciones difíciles.
Yo estudié en La Pública
y mis hijos, no tengo la menor duda, también lo harán, por ello me veo en la obligación
de luchar por mantenerla, de movilizarme para conseguir que sea de calidad y de
defender todo cuanto haga falta para que así sea. Porque La Pública nos hace a
todos iguales en cuanto a oportunidades y eso es un derecho innegociable de
esta sociedad.
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