El mes de agosto nos ha
traído noches de estrellas fugaces, de lluvias de meteoros, de Perseidas… y
ciertamente es un placer contemplar el cielo, en noches claras y despejadas, lo
más alejado posible de cualquier foco de contaminación lumínica. Relajación y
belleza, sensación de bienestar y magia, oscuridad y luz, el simple hecho de
contemplar o incluso adivinar constelaciones y figuras imaginarias que se forman
en la inmensidad del cosmos.
El universo poco o nada
ha podido cambiar en 5000 años (desde su creación, según citan algunos escritos
considerados sagrados), pero la sociedad en la Tierra y todo lo que gira en
torno al ser humano ha variado de forma inimaginable, y aunque todas las
civilizaciones han observado el universo con similares propósitos, entre ellos
sobresale uno que siempre me ha fascinado: comprender las leyes que rigen todo
cuanto nos rodea, y cada una de ellas lo ha hecho de una manera particular.
También ha habido un halo
de romanticismo en la observación del firmamento, incluso hubo épocas donde se
confundían o entremezclaban conceptos astronómicos con ideas astrológicas o
creencias mitológicas, aunque pienso que hoy día también existen tribus que
mezclan ambos conceptos… y cuando digo 'tribus' no me refiero exclusivamente a
indígenas de la amazonia, masáis del Serengueti o aborígenes australianos, sino
también a gente que vive en nuestra propia civilización.
Aunque imagino que
nuestros antepasados prehistóricos ya observarían los cielos, fue en la antigua
Mesopotamia donde se tiene constancia de que comenzaran a agrupar estrellas en
constelaciones, los Babilónicos determinaron lo que conocemos hoy como Zodiaco,
los Egipcios también hicieron sus observaciones y todas las observaciones de
esas culturas fueron la base donde se apoyaron los astrónomos griegos para
hacer un estudio exhaustivo del universo que se mantuvo como apoyo de
posteriores astrónomos hasta, prácticamente, finales de la Edad Media.
Desde que lo hicieran
estas civilizaciones, el cielo ha servido de orientación en la noche y para
diseñar rutas viajeras durante muchos siglos y hoy día pueden ser un distintivo
bastante interesante. Los griegos abarcaron todos los campos posibles en torno
a la observación del universo: astrología y mitología, ya que fueron los que
determinaron las constelaciones que hoy conocemos y las relacionaron con sus
dioses y seres mitológicos; astronomía, ya que hicieron numerosas observaciones
y crearon teorías, incluso sobre heliocentrismo; y también existe un aura de
misterio, crueldad y religión en torno al tema de la persecución y matanza a
manos de los cristianos de Hypatia de Alejandría por su condición de científica
y mujer.
También hubo otras
civilizaciones que observaron los cielos, sacaron conclusiones prácticas y
rindieron culto, aunque sus estudios y mitologías son menos conocidos en el
mundo occidental por su lejanía o por su diferencias con la herencia helénica.
La antigua China, primer lugar donde, al parecer, se observaron las Perseidas, los
Hindúes en Oriente y Mayas, Aztecas e Incas en el Nuevo Mundo, incluso los
Celtas en Europa. Todas ellas construyeron monumentos y obras arquitectónicas
en base a sus observaciones y como ofrenda a sus dioses.
Ese mismo cielo también
lo observaron los grandes astrónomos del Renacimiento en adelante, perdiendo ya
casi todo, por no decir todo, el sentido astrológico en favor del estudio
riguroso y sólido. Ticho Brahe, Copérnico, Galileo, Keppler, Newton… hasta la
Edad Contemporánea con Einstein, Stephen Hawking, Roger Penrose… todos ellos
sentaron las bases científicas de esa fascinación que siempre tuve por
comprender las leyes físicas del universo y han ido evolucionando gracias
también a la tecnología que les facilitaba las observaciones. Y algo siempre he
pensado al respecto. Gracias a los telescopios y a la tecnología vemos imágenes
del universo nunca antes imaginadas: nebulosas, galaxias en espiral, manchas
solares, la cara oculta de la luna, etc. algo que si miramos directamente al
cielo no observamos, solo vemos puntos de luz, una posible estrella fugaz y
algún halo de luz, pero si otras civilizaciones hubiesen tenido esa tecnología
o nuestro ojo tuviese más potencia visual ¡imagínense!… ¿cómo hubieran sido sus
historias mitológicas y astrológicas, que ya de por sí son obras magistrales,
en cuanto a imaginación se refiere? Y sobre todo ¿cómo hubiesen sido sus
estudios científicos?
Este mes de agosto he
observado los cielos en la noche deleitándome con lluvias de estrellas, con la
luna llena; intentando buscar alguna constelación; distinguiendo el carro que
se dibuja en la Osa Mayor; señalando el halo de luz que determina el Camino de
Santiago, esa mancha en el cielo que la antigua mitología griega atribuye a la
leche derramada de los pechos de la diosa Hera; intentando imaginar la espiral
completa que forma la Vía Láctea… y he podido contemplar las mismas estampas
que nuestros antepasados vislumbraron, porque el universo poco o nada ha podido
cambiar en 5000 años (cuando se produjo el cambio de la prehistoria a la
historia) y tampoco creo que haya cambiado excesivamente en 200000 años (desde
que apareció el ser humano moderno en la Tierra) pero la sociedad en nuestro
planeta y todo lo que gira en torno al ser humano ha variado de forma
inimaginable... se va agosto hasta otro año, todas las civilizaciones humanas
han contemplado el mismo cielo en esta época de lo que hoy día llamamos verano,
pero cada persona en sí no lo hará más de 70 u 80 veces, los años que durará su
existencia, su paso por este lugar, algo insignificante ante la inmensidad de
tiempo que data el universo. Y eso también me hace pensar lo efímera que es la
vida.
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