Decían los antiguos flamencos que para cantar con
sentimiento había que haber “pasao fatigas”… Frases míticas dentro del cante
jondo quedaron en torno a este padecer como la de Manolito de María que decía:
“canto porque me acuerdo de lo que he vivido” o esta otra de Tía Anica la
Periñaca: “Cuando canto a gusto me sabe la boca a sangre”.
Conocí a José Antonio Escribano Carballido, el hijo de “La
Garrancha”, un verano en el que uno de sus hijos, Evaristo, nos presentó. Su
hijo y yo habíamos echado más de un cante y más de una charla flamenca en
aquellas maravillosas noches de verano a finales de los 90.
A José Antonio lo había escuchado cantar saetas en la Semana
Santa, sus famosas jaberas en el programa “Tal como somos” y alguna vez que
había cantado en el pueblo, incluso recuerdo de manera algo confusa, siendo muy
pequeño, una actuación junto a Manuel de Palma… pero no lo conocía
personalmente. Sí a muchos de sus familiares, incluso algunos de ellos eran ya
por aquella época muy amigos míos. Él vivía en L’Hospitalet de Llobregat
(Barcelona) y aunque de familia navera, yo lo consideraba un forastero… nada
más lejos de la realidad.
José Antonio Escribano es una de las tantas personas de mi
pueblo, de Andalucía en general, que ha pasado fatigas en su vida, y como
tantos otros tuvo que buscar mejor suerte y emigrar de un pueblo, el mío y el
suyo, del que dice, más bien canta en alguna copla que cuando pasa de
Navalatera (río que delimita una frontera de nuestro término municipal), se
siente forastero.
Durante aquel verano, y posteriores, pasé muchos ratos junto
a él porque nos unía una pasión por ese arte que traspasa fronteras y me enseñó
muchas de las cosas que hoy conozco sobre
el flamenco.
Pero guardaba un secreto, al menos para mí lo era: cantaba
maravillosamente bien.
Conocía los cantes, los estudiaba, modulaba las coplas ‘a
capela’, improvisando si hacía falta, escribía
sus letras, componiendo algunas en el acto, cantaba emulando a los grandes
maestros, incluso imprimía su sello propio. Y se le notaba que ponía los cinco
sentidos en cada quejío, en cada lamento, en cada suspiro… porque había “pasao
fatigas” ¡Cuánta razón tenían los antiguos!
Mi amigo José Antonio es un cantaor “aficionao”, donde la palabra
‘aficionao’ toma el máximo valor posible, ya que, sin vivir de ello, lo da todo
por el flamenco. No es un cantaor profesional, simple y llanamente, porque no se
dedica a ello, lo cual no es nada contrapuesto a que sea un gran artista.
Numerosos premios lo avalan, entre ellos el prestigioso “Melón de Oro” de Lo
Ferro (Murcia) que obtuvo en 1995 con una Malagueña rematada con Rondeña y unas
Peteneras que debieron ser espectaculares. Digo que debieron porque no tuve el
placer de escucharlas, pero para llevarse este galardón así debieron ser. Este
trofeo lo han obtenido, entre otros, Miguel de Tena y Encarnación Fernández,
nombres propios de flamenco actual.
¿Cómo es José Antonio Escribano, el cantaor? A mi humilde
entender, es un artista enciclopédico, porque abarca gran cantidad de palos y
estilos, siendo meticuloso en los detalles (subidas, bajadas, silencios,
respiración, culminación de los tercios, compás…); es un cantaor emotivo, tanto
en sus letras como en su interpretación, a veces diría desgarrador; su voz es
‘redonda’ nombre que en flamenco define a aquellas que son viriles, muy
flamencas, permiten virtuosismos, puede incluso resultar dulce, aunque también
le encuentro muchos rasgos de voz ‘natural’, aquella que es algo más rajada que
la redonda y menos melosa, pero también con mucha fuerza. Dependiendo del cante
que se trate, le encuentro unos rasgos u otros, pero sin llegar a ser una voz
‘laína’, aquella aguda, vibrante y llena de floreos y arabescos. Su cante
engloba una diversidad increíble, desgarradoras Seguiriyas, incluida la seguiriya
de cambio de Manuel Molina, donde exhibe sus facultades a la máxima expresión;
Malagueñas extensas, duras, siempre encarando las más grandes: Chacón, El
Mellizo, El Canario, La Trini… sin un ápice de debilidad; Cantes Mineros, cuya
dificultad hace que la mayoría de artistas no los incluyan en sus repertorios,
pero José Antonio realiza con destreza y valentía, sobresaliendo por Minera y
Cartagenera; también sobresale en otros cantes levantinos como son las
Granaínas y las Medias Granaínas, entre las que me gustaría destacar su
interpretación sobre una del estilo personal de Paco Taranto, por su
interpretación y por lo poco usual que resulta este estilo; Fandangos, donde
interpreta una variedad difícil de encontrar, ni aún a nivel profesional: del Carbonerillo,
Niño de la Calzá, El Gloria, Manuel Torre, Gabriel Moreno, por Huelva (entre
ellos los ‘fandangos valientes’) y los abandolaos, tanto de Córdoba como de
Málaga: Fandangos de Lucena, de Cabra, de Cayetano Muriel, Rondeñas, Jaberas…;
por Peteneras, donde imprime un sello personal a los estilos de La Niña de los
Peines, de Medina el Viejo y, sobre todo, a la de La Rubia de Málaga; Cantes Foráneos,
como sus emotivas farrucas y sus agradables y armoniosas guajiras; las Saetas,
alcanzando la perfección en su saeta carcelera, en la cual pasa, y no es una
metáfora, de lo terrenal a lo divino; Soleares de Alcalá, Cádiz…; Alegrías y
Cantiñas; su Romance del Conde Sol, que es antológico… más todos los cantes que
habrá hecho alguna vez en su vida y yo no he tenido el placer de escuchar.
Grabado está su arte en su único disco “Luz de Gas”, cuya
portada original, dicho sea de paso, es una foto donde aparece José Antonio en
primer plano con la plaza y la Iglesia del pueblo de fondo, poco comercial o
nada, pero así quiso él hacer su pequeño homenaje al pueblo que lo vio nacer,
junto con algunas de las letras que aparecen en el disco. No sé si será su
último disco, espero que no. Tengo constancia de que hubo otro en puerta, pero
no se llegó a grabar, aunque nunca es tarde.
Y como ocurre con muchos grandes artistas, puede que no sea
profeta en su tierra… y no quiero creer que sea por un motivo premeditado o por
envidia, si no porque el arte que él profesa, ese flamenco clásico y ortodoxo,
es un arte difícil de entender, por lo que ha acabado siendo un genio
incomprendido.
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