Fue un atardecer a
mediados de Enero, hacía frío y una neblina ensombrecía el ambiente mientras
llegaba a una oficina de correos para
enviar unos paquetes a unos familiares. Esa dependencia permanecía
abierta, ininterrumpidamente, desde las 8:00 de la mañana hasta las 21:00 de la noche, y cuando me dirigía
hacia allí me preguntaba si no era desmesurado el horario de atención al
cliente y pensaba que habría gente trabajando en ese lugar hasta unas horas en las
que una administración de ese tipo estaría prácticamente vacía.
Tanta es la publicidad
engañosa que vemos a diario, las conversaciones sin fundamento que escuchamos a
cada momento, que inconscientemente te imaginas que el correo ordinario
desaparecerá algún día en favor de las nuevas tecnologías.
Pero la cuestión era,
ironías de la vida, que yo me dirigía a ese departamento a enviar una correspondencia
material, física, que no podía ser
enviada de otra forma.
Y mi sorpresa fue
mayúscula cuando, por entre las persianas de aquella oficina, se vislumbraba
una multitud de gente de la más variopinta diversidad racial y cultural. El
interior del edificio era austero (en el sentido de sobriedad) y alguna
pantalla donde aparecía el orden numérico que debían seguir los clientes era lo
poco que te hacía pensar que estabas en la era de la tecnología, lo demás olía
a antiguo, recordaba a tiempos de antaño; un suelo de mármol desgastado, de un
color rosáceo difuminado y el ambiente de espera impaciente me hicieron
retrotraerme a otra época muy anterior. Circunspecto en aquel lugar, parecía como
si estuviera en una remota oficina de telegrafía donde querías comunicarte con
tu pareja sentimental que vive lejos de ti, como si esperara en los andenes de
un puerto o una estación de tren de otra época para volver a mi casa después de
una larga temporada en el extranjero o, como donde realmente estaba, en una
oficina de correos, aunque en un país lejano desde donde quería enviar el
dinero ganado a mi familia, pero en un tiempo muy anterior a este.
El hecho de que ya había
oscurecido también ayudaba a crear ese ambiente…
Era una sensación muy
extraña, incluso por momentos, si entrecerraba los ojos, mi retina apreciaba
tonos en sepia, como si de una película en blanco y negro se tratara y podía
imaginarme que me encontraba en una oficina de correos de Sevilla, Madrid,
Barcelona, Cádiz, A Coruña o Bilbao en los años 50 o 60 del siglo pasado,
aunque por la voz de una empleada con acento sudamericano y el ambiente de
extranjería entre la clientela también podía situarte en un estamento de Buenos
Aires, La Habana o Montevideo a finales del S.XIX.
La situación era
sorprendente a la vez que evocadora… pero mi mente iba más allá del contexto
que percibían mis sentidos. La emigración aparece en mi pensamiento y ese sabor
emotivo se torna agridulce, y el hecho de pensar en ese sufrimiento que
conlleva el tomar una decisión tan dramática como es el abandono temporal del
hogar hace que mi visión de la situación que estaba viviendo cambie
radicalmente.
Los temas políticos,
sociales y económicos siempre presentes en el tema de la emigración hacen mella
en épocas de crisis y de debilidad social de un país.
Conozco historias, de
esas que todo el mundo ha escuchado a quienes las vivieron en primera persona,
de épocas donde le emigración masiva en nuestro país llenaba trenes de
pasajeros que iban en búsqueda de una oportunidad o de un porvenir, que
perseguían un sueño o una ilusión, que huían de la miseria y de unos miedos.
Países como Francia, Alemania o Suiza acogen a miles de emigrantes a comienzos
de la segunda mitad del S.XX y las dependencias postales de esos países se
llenan de españoles que escriben cartas o mandan el sueldo a sus familiares.
También conozco otras historias, de esas que has leído o has estudiado en clase
de Historia, de otras épocas, como a finales del S.XIX y el primer tercio del
S.XX, donde la emigración se legalizó en España y muchos son los que se
aventuran a cruzar el charco para buscarse la vida en países de América Latina,
como Argentina o Cuba. Curiosamente, muchos artistas andaluces relacionados con
el flamenco emigran en esa época, son personas, por lo general, sin un estatus
elevado, criticadas, detestadas y desplazadas por la sociedad, incluso por
entes culturales como la Generación del 98 casi al completo (sálvense los
hermanos Machado) en lo que se denominó antiflamenquismo;
personas que, como digo, también emprenden un viaje ilusionante y cargado de
esperanza, allí se encuentran con otras músicas, las cuales se funden con el
cante de nuestra tierra, y de esa interacción o mezcla surgen lo que se conoce
hoy día como Cantes de Ida y Vuelta, cuya denominación es debida a los
continuos viajes que en ambas direcciones se hacen. Vidalitas y Milongas
argentinas, Guajiras y Rumbas cubanas y La Colombiana, creada en España, pero
de indiscutible aire sudamericano, son los cantes más representativos de esta
familia.
La situación actual se me
antoja muy parecida a estas otras épocas que, por una parte te empujaba a tomar
duras decisiones como son el abandonar el hogar y alejarte de tu familia, pero
por otra te alentaba, ya que encontrar un trabajo con el que poder mantener a
tu familia era fundamental. Aunque hoy día puede que sea un poco diferente en
las formas, ya que se toman decisiones más firmes y hay familias que emigran al
completo para rehacer sus vidas, siempre con la idea en la cabeza de volver a
casa algún día, pero sin prisa alguna y, en ocasiones, sin nada o casi nada que
te ate a volver.
En otras épocas, y en
particular las dos que se han descrito anteriormente, también hubo personas que
emigraron y no volvieron, pero los que lo sí retornaron al país natal lo
hicieron con unos conceptos de lo que es el trabajo bien remunerado, la justicia,
la libertad porque estuvieron en países que, en esa época tenían un sistema
sociopolítico más favorable que el de España. Y, casualidad o no, la vuelta de
esos emigrantes trajo momentos de prosperidad para nuestro país, estos dos
casos son objetivamente claros.
La emigración es un duro
proceso, una gran decisión, pero parece necesaria, es difícil ponerse en la
situación de otra persona, aunque a veces pienso cómo debe estar pasándolo un
ser humano para arriesgar su vida, montarse en una patera y emprender un viaje
del cual no sabes qué te deparará o incluso si llegarás a tu destino. Se demuestra
que, incluso en las situaciones más desfavorables, puede surgir un rayo de
esperanza o florecer un nuevo porvenir, he aquí un ejemplo de ello, y aunque el
riesgo sea enorme, hay veces que no queda otro remedio.
Por otra parte está
también el enriquecimiento que se produce con la interacción de distintas
culturas como, al igual que aquellas coplas flamencas, esos innumerables hechos
que han evolucionado o han florecido en la historia por este motivo…
Es difícil dejar tu
tierra, admiro a quien diera ese paso, no sé si mi situación fuese desfavorable
qué haría… creo que sí, que empaquetaría lo más necesario, lo imprescindible,
cogería ese tren o ese avión y lucharía por mi bienestar, por un sueño, por el
futuro y por mi vida; por el bienestar de mi familia, por sus sueños, por su
futuro y por sus vidas, aun a expensas de no volver a ese lugar que me vio
crecer, ese rincón donde están arraigadas mis más profundas raíces.
Un simple
paseo por Sevilla, en una tarde-noche invernal, para visitar una oficina de correos me
ha hecho imaginar una situación ficticia, aunque con grandes dosis de realidad,
me ha transportado por varios lugares del mundo, por varias épocas, me produjo
en principio una sensación placentera, pero poco a poco fue cambiando la historia
en mi cabeza y me invadió cierta tristeza al pensar, por un lado que algún día
te puede ocurrir y no es lo que deseas, por otro al recordar a la gente que
está lejos, que cambió su vida dejando atrás sus orígenes, aunque también me inspiró
una gran nostalgia por ese anhelado reencuentro.
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