martes, 22 de enero de 2013

Una oficina de correos


Fue un atardecer a mediados de Enero, hacía frío y una neblina ensombrecía el ambiente mientras llegaba a una oficina de correos para  enviar unos paquetes a unos familiares. Esa dependencia permanecía abierta, ininterrumpidamente, desde las 8:00 de la mañana hasta las 21:00 de la noche, y cuando me dirigía hacia allí me preguntaba si no era desmesurado el horario de atención al cliente y pensaba que habría gente trabajando en ese lugar hasta unas horas en las que una administración de ese tipo estaría prácticamente vacía.


Tanta es la publicidad engañosa que vemos a diario, las conversaciones sin fundamento que escuchamos a cada momento, que inconscientemente te imaginas que el correo ordinario desaparecerá algún día en favor de las nuevas tecnologías.

Pero la cuestión era, ironías de la vida, que yo me dirigía a ese departamento a enviar una correspondencia material, física, que no podía ser  enviada de otra forma.

Y mi sorpresa fue mayúscula cuando, por entre las persianas de aquella oficina, se vislumbraba una multitud de gente de la más variopinta diversidad racial y cultural. El interior del edificio era austero (en el sentido de sobriedad) y alguna pantalla donde aparecía el orden numérico que debían seguir los clientes era lo poco que te hacía pensar que estabas en la era de la tecnología, lo demás olía a antiguo, recordaba a tiempos de antaño; un suelo de mármol desgastado, de un color rosáceo difuminado y el ambiente de espera impaciente me hicieron retrotraerme a otra época muy anterior. Circunspecto en aquel lugar, parecía como si estuviera en una remota oficina de telegrafía donde querías comunicarte con tu pareja sentimental que vive lejos de ti, como si esperara en los andenes de un puerto o una estación de tren de otra época para volver a mi casa después de una larga temporada en el extranjero o, como donde realmente estaba, en una oficina de correos, aunque en un país lejano desde donde quería enviar el dinero ganado a mi familia, pero en un tiempo muy anterior a este.

El hecho de que ya había oscurecido también ayudaba a crear ese ambiente…


Era una sensación muy extraña, incluso por momentos, si entrecerraba los ojos, mi retina apreciaba tonos en sepia, como si de una película en blanco y negro se tratara y podía imaginarme que me encontraba en una oficina de correos de Sevilla, Madrid, Barcelona, Cádiz, A Coruña o Bilbao en los años 50 o 60 del siglo pasado, aunque por la voz de una empleada con acento sudamericano y el ambiente de extranjería entre la clientela también podía situarte en un estamento de Buenos Aires, La Habana o Montevideo a finales del S.XIX.

La situación era sorprendente a la vez que evocadora… pero mi mente iba más allá del contexto que percibían mis sentidos. La emigración aparece en mi pensamiento y ese sabor emotivo se torna agridulce, y el hecho de pensar en ese sufrimiento que conlleva el tomar una decisión tan dramática como es el abandono temporal del hogar hace que mi visión de la situación que estaba viviendo cambie radicalmente.

Los temas políticos, sociales y económicos siempre presentes en el tema de la emigración hacen mella en épocas de crisis y de debilidad social de un país.

Conozco historias, de esas que todo el mundo ha escuchado a quienes las vivieron en primera persona, de épocas donde le emigración masiva en nuestro país llenaba trenes de pasajeros que iban en búsqueda de una oportunidad o de un porvenir, que perseguían un sueño o una ilusión, que huían de la miseria y de unos miedos. Países como Francia, Alemania o Suiza acogen a miles de emigrantes a comienzos de la segunda mitad del S.XX y las dependencias postales de esos países se llenan de españoles que escriben cartas o mandan el sueldo a sus familiares.

           

También conozco otras historias, de esas que has leído o has estudiado en clase de Historia, de otras épocas, como a finales del S.XIX y el primer tercio del S.XX, donde la emigración se legalizó en España y muchos son los que se aventuran a cruzar el charco para buscarse la vida en países de América Latina, como Argentina o Cuba. Curiosamente, muchos artistas andaluces relacionados con el flamenco emigran en esa época, son personas, por lo general, sin un estatus elevado, criticadas, detestadas y desplazadas por la sociedad, incluso por entes culturales como la Generación del 98 casi al completo (sálvense los hermanos Machado) en lo que se denominó antiflamenquismo; personas que, como digo, también emprenden un viaje ilusionante y cargado de esperanza, allí se encuentran con otras músicas, las cuales se funden con el cante de nuestra tierra, y de esa interacción o mezcla surgen lo que se conoce hoy día como Cantes de Ida y Vuelta, cuya denominación es debida a los continuos viajes que en ambas direcciones se hacen. Vidalitas y Milongas argentinas, Guajiras y Rumbas cubanas y La Colombiana, creada en España, pero de indiscutible aire sudamericano, son los cantes más representativos de esta familia.



La situación actual se me antoja muy parecida a estas otras épocas que, por una parte te empujaba a tomar duras decisiones como son el abandonar el hogar y alejarte de tu familia, pero por otra te alentaba, ya que encontrar un trabajo con el que poder mantener a tu familia era fundamental. Aunque hoy día puede que sea un poco diferente en las formas, ya que se toman decisiones más firmes y hay familias que emigran al completo para rehacer sus vidas, siempre con la idea en la cabeza de volver a casa algún día, pero sin prisa alguna y, en ocasiones, sin nada o casi nada que te ate a volver.

En otras épocas, y en particular las dos que se han descrito anteriormente, también hubo personas que emigraron y no volvieron, pero los que lo sí retornaron al país natal lo hicieron con unos conceptos de lo que es el trabajo bien remunerado, la justicia, la libertad porque estuvieron en países que, en esa época tenían un sistema sociopolítico más favorable que el de España. Y, casualidad o no, la vuelta de esos emigrantes trajo momentos de prosperidad para nuestro país, estos dos casos son objetivamente claros.

La emigración es un duro proceso, una gran decisión, pero parece necesaria, es difícil ponerse en la situación de otra persona, aunque a veces pienso cómo debe estar pasándolo un ser humano para arriesgar su vida, montarse en una patera y emprender un viaje del cual no sabes qué te deparará o incluso si llegarás a tu destino. Se demuestra que, incluso en las situaciones más desfavorables, puede surgir un rayo de esperanza o florecer un nuevo porvenir, he aquí un ejemplo de ello, y aunque el riesgo sea enorme, hay veces que no queda otro remedio.

Por otra parte está también el enriquecimiento que se produce con la interacción de distintas culturas como, al igual que aquellas coplas flamencas, esos innumerables hechos que han evolucionado o han florecido en la historia por este motivo…

Es difícil dejar tu tierra, admiro a quien diera ese paso, no sé si mi situación fuese desfavorable qué haría… creo que sí, que empaquetaría lo más necesario, lo imprescindible, cogería ese tren o ese avión y lucharía por mi bienestar, por un sueño, por el futuro y por mi vida; por el bienestar de mi familia, por sus sueños, por su futuro y por sus vidas, aun a expensas de no volver a ese lugar que me vio crecer, ese rincón donde están arraigadas mis más profundas raíces. 

Un simple paseo por Sevilla, en una tarde-noche  invernal, para visitar una oficina de correos me ha hecho imaginar una situación ficticia, aunque con grandes dosis de realidad, me ha transportado por varios lugares del mundo, por varias épocas, me produjo en principio una sensación placentera, pero poco a poco fue cambiando la historia en mi cabeza y me invadió cierta tristeza al pensar, por un lado que algún día te puede ocurrir y no es lo que deseas, por otro al recordar a la gente que está lejos, que cambió su vida dejando atrás sus orígenes, aunque también me inspiró una gran nostalgia por ese anhelado reencuentro.



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