Mi mujer dio a luz el
pasado 11 de agosto. Teníamos la posibilidad de que lo hiciera en un hospital
privado ya que, por mi trabajo, poseo un seguro que cubría ese gasto, pero decidimos
que fuera en un hospital público perteneciente a la Seguridad Social, en este
caso el Hospital Universitario Virgen Macarena de Sevilla. Siempre hemos tenido
el concepto de que el mejor sitio donde hacerlo era en lo público porque
atesora personal cualificado (no digo con esto que los hospitales privados no
lo tengan), pero además poseen las mejores infraestructuras y maquinarias
posibles. De hecho,
cuando hay alguna complicación en el parto en la mayoría de las clínicas privadas, éste es derivado a las instalaciones públicas, desconozco las condiciones del convenio que haya entre las empresas privadas y la pública, pero es así. Aunque hay otro motivo más, nuestra confianza en la sanidad pública y nuestro apoyo incondicional a ella. Sabíamos que no tendríamos una habitación particular, que tendríamos que convivir varios días con otros matrimonios con sus bebés, con visitas de sus familiares, pero nos ha merecido la pena. El trato del personal, la implicación en su trabajo de los matrones durante el parto y su preocupación en todo momento del estado de la madre y del bebé, ginecólogo, pediatras, enfermeras… ha sido una experiencia muy positiva, nos llevamos un grato recuerdo de todo lo que gira en torno a nuestro caso particular. Evidentemente, cada caso es un mundo, hay gente que tiene buenas experiencias en lo privado, quien las tiene malas en lo público… si miramos exclusivamente nuestro caso, todo es muy subjetivo a la hora de valorarlo.
cuando hay alguna complicación en el parto en la mayoría de las clínicas privadas, éste es derivado a las instalaciones públicas, desconozco las condiciones del convenio que haya entre las empresas privadas y la pública, pero es así. Aunque hay otro motivo más, nuestra confianza en la sanidad pública y nuestro apoyo incondicional a ella. Sabíamos que no tendríamos una habitación particular, que tendríamos que convivir varios días con otros matrimonios con sus bebés, con visitas de sus familiares, pero nos ha merecido la pena. El trato del personal, la implicación en su trabajo de los matrones durante el parto y su preocupación en todo momento del estado de la madre y del bebé, ginecólogo, pediatras, enfermeras… ha sido una experiencia muy positiva, nos llevamos un grato recuerdo de todo lo que gira en torno a nuestro caso particular. Evidentemente, cada caso es un mundo, hay gente que tiene buenas experiencias en lo privado, quien las tiene malas en lo público… si miramos exclusivamente nuestro caso, todo es muy subjetivo a la hora de valorarlo.
Pero también hay elementos
que son más objetivos de valorar. En un hospital público nacimos mi hermano y
yo hace ya algunos años, y mis padres no hubieran podido permitirse el “lujo”
de pagar una clínica privada para ello, luego si no hubiese existido la
Seguridad Social, o cualquier otro sistema público de sanidad, hubiésemos
nacido en nuestra casa asistidos por una comadrona, sin la sanidad necesaria y
con mucho riesgo para la madre o el crío si se complicaba el parto. Es cierto
que antiguamente era así, pero no es menos cierto que la esperanza de vida era
menor.
Hoy día hay gente en esa misma
situación, personas que pueden disfrutar del nacimiento de su hijo o hija en
unas condiciones de óptima calidad, pero que no podrían permitírselo si hubiera
que pagar por ello las cifras que se piden en centros privados. Y también había
inmigrantes con sus bebés, bien atendidos con biberones, pañales y medicamentos
sin tener que aportar ni un céntimo adicional por ello. Hay otras Comunidades
Autónomas en las que esto es impensable y en la inmensa mayoría de los centros
privados mucho más.
Aunque esto se acaba. Nos
hemos dado cuenta de la cruda realidad de los recortes en este país. Teníamos constancia,
pero no lo habíamos vivido en primera persona. Una de las cuatro alas de la
cuarta planta del hospital estaba cerrada. Esta ala pertenece a maternidad y
ubicaban a madres con los recién nacidos en otras alas pertenecientes a ginecología.
Había habitaciones extremadamente pequeñas con tres camas más sus respectivas
cunas, el espacio era muy reducido y había que hacer malabarismos por las
noches para que durmieran los tres acompañantes en la misma habitación. Había
otros cuartos en los que cohabitaban mujeres con embarazo de alto riesgo con
recién paridas, y eso si tenía suerte porque había quien debía esperar horas para
que quedara una cama libre, incluso había habitaciones donde convivían personas
mayores con problemas ginecológicos (esas personas estaban en el lugar que les
correspondía) con niños de pocos días de vida. En fin, un caos, maldecido a
veces por personal trabajador del hospital, el cual estaba totalmente en contra
de las condiciones en que se estaban tratando a los pacientes. Allí había gente
muy profesional y muchos, pero muchos de verdad, se dedicaban a su trabajo de
manera vocacional. Trataban a las madres y a los críos con devoción, los
cuidaban con delicadeza, incluso algunos seguían trabajando para acabar su
tarea habiendo acabado su jornada laboral. Solo se quejaban del sistema.
Pero ¿sirven los realmente
los recortes para algo productivo? Yo lo único que vi fue un ala de maternidad
cerrada, pero los partos siguen siendo los mismos, no entienden de recortes. Un
médico nos decía que su sueldo había sido disminuido en 400€ y por ello se
opone a dar altas los domingos, en forma de protesta. Cada día que pasa una
mujer con su hijo o hija en el hospital cuesta al gobierno 600€. No sé si al
final de cuentas se pierde más de lo que se gana, pero es una guerra sin
sentido, donde, ni las medidas son buenas, ni las condiciones para los
pacientes y los trabajadores son las idóneas. Y por desgracia, siempre juega
todo en contra de los mismos.
Mientras tanto, los críos,
blancos, negros, sudamericanos, chinos, gitanos, rubios, morenos, con muchos
pelo, pelones, machos, hembras, llorones, tranquilos… vivían ajenos al mundo al
que llegan, llorando a compás, sin entender de razas, de sexos, de política, de
economía.
Y a nosotros nos
entristece no saber qué futuro le depara a nuestro hijo, un futuro que tampoco
está en las manos de sus padres (únicamente). Al menos intentaremos inculcarle
los valores que vivió en la cuna, que hay sitio para todos por muy estrecho que
sea el lugar, que nadie debe robarnos nuestra libertad a expresarnos abiertamente
(aunque sea llorando para pedir de comer) y que todos tenemos derecho a una
vida digna.
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