De pequeño, de muy
pequeño creía que los deportistas eran personajes sobrenaturales, que estaban
por encima de las leyes biológicas y que existían para hacer disfrutar a la
gente, pero muy pronto me di cuenta que ellos también eran vulnerables a las
desgracias de la vida.
La primera desdichada
noticia que recuerdo con claridad es la trágica muerte en accidente de tráfico
del jugador de baloncesto del Real Madrid Fernando Martín en diciembre de 1989.
Fue el primer jugador español que jugó en la NBA, todo un hito en aquella
época. Ese mismo año, en julio, había fallecido Laurie Cunningham, un
futbolista que había militado en el Real Madrid y que cuando falleció, en el
ocaso de su carrera, militaba en el Rayo Vallecano, aunque ese suceso está algo
borroso en mi memoria.
Yo era un crío de 10 años
y de veras que fue un mazazo ver a un icono como Fernando que nos dejaba, mi
inmadurez no me dejaba comprender lo sucedido.
Pero no fue el último,
tras él, vi fallecer a Juan Gómez “Juanito” en abril de 1992, también en un
fatídico accidente y, aunque éste ya estaba retirado, su muerte también produjo
un gran shock en el deporte nacional por el carisma que siempre lo caracterizó.
También en abril de ese año se produjo una tragedia que acabó con la vida de
todos los integrantes de la selección de Zambia, un accidente aéreo que dio la
vuelta al mundo. Poco después, en mayo, otro futbolista nos dejaba por otro
accidente, se trata del panameño Rommel Fernández, que prácticamente cubrió su
vida profesional en España (Tenerife, Albacete y Valencia). La primavera de
1993 fue durísima con el deporte por lo acontecido, pero aún reservaba otra
amarga sorpresa. En junio nos dejaba uno de los mejores jugadores de baloncesto
mundiales y posiblemente el mejor europeo que yo haya visto jamás, el coche de Drazen Petrovic era
envestido por un camión y el genio croata perdía la vida.
Los héroes de las canchas
deportivas se convertían en seres frágiles fuera de ellas ante el azote cruel
de la muerte. Lo que yo había vivido era eso, que fuera del terreno de
juego que los hacía grandes eran como
cualquier otro ser, aunque dentro de esos límites fueran dioses.
Este mito también acabó
para mí cuando, en mayo de 1994 muere Ayrton Senna en el circuito de Ímola. El
piloto brasileño era un ídolo de masas, posiblemente el piloto con mejor manejo
de la historia, agresivo en las pistas, pero con un corazón enorme, capaz de
detener su monoplaza en plena carrera para socorrer a algún compañero en
situaciones críticas. Fue, hasta ese día, el momento que más conmoción me
supuso por la muerte de un deportista. El accidente estaba grabado y lo
repetían constantemente en televisión; falleció como tantos otros, pero lo
había hecho en plena competición. Los héroes se hacían terrenales para mí
porque si uno de los más grandes de la historia del deporte llegó a hacerse
humano incluso en el lugar donde más cómodo se sentía, los demás tendrían que
ser más vulnerables aún.
Otro suceso trágico fue
el asesinato del futbolista de la selección colombiana Andrés Escobar en julio
de 1994, tras su participación en el mundial de Estados Unidos. Sufrió amenazas
por un error que cometió en defensa, gol en propia puerta que originó la eliminación
de Colombia. La amenaza se cumplió y consternó al mundo por el hecho de que,
aunque no somos nada, nadie tiene el derecho de quitar la vida a una persona
por el motivo que lo hicieron con Andrés. El deporte pierde así su identidad,
luchar por ganar, competir defendiendo unos colores, una bandera, aceptar los
errores y las derrotas limpias, pero un juego al fin y al cabo con el que
disfrutar, con el que los jóvenes imitan a sus ídolos y con el que hacer piña
más que guerras sin sentido. Estaba ante mí la mafia que mueve el mundo del
deporte, aquel día la conocí.
Todavía me quedaba por
conocer otro acto fatídico del destino, la muerte del futbolista eslovaco, que
militaba en el Oviedo, Peter Dubovsky en junio de 2000 al lanzarse al vacío en
una catarata de diez metros que caía sobre un lago. No se percató que era poco
profundo y, al estilo de “Mar Adentro”, pero con distinto final, perdió la vida
horas después en un hospital.
Todo lo vivido hasta ese
entonces habían sido instantes fatídicos en los que el destino se empeña en
llevar la razón, todos ellos evitables posiblemente. Y todos, salvo el caso de
Ayrton Senna, fuera de los terrenos de juego.
Nunca, en la ficción, me
había fijado si había casos similares, no vi morir a ningún deportista en un accidente
en una película o serie. Bueno, una
película sí trataba un caso similar al accidente donde los internacionales de
Zambia perdieron la vida. Se trata de la genial película ¡Viven! que narra,
basada en hechos reales, un accidente aéreo producido en Los Andes donde
viajaba un equipo uruguayo de rugby. Muchos de los integrantes mueren y los que
sobreviven deben recurrir a la antropofagia para subsistir en las montañas
heladas. Una historia trágica que viene a poner de manifiesto lo insignificante
que es el ser humano y el afán por vivir. A mí me hizo pensar en las distintas
formas de ver la vida, porque puedes creer que eres inmune al destino, que
estás por encima de todo, incluso un deportista que esté en la cima puede vivir
al margen de todo creyendo que la vida le ha dado un don que es infranqueable y
vive al límite, pero después de haber sentido la muerte muy cerca muchas
personas se humanizan y se hacen más humildes.
Y también, cuando era
pequeño, una serie de dibujos animados me había mostrado que los deportistas podían
ser vulnerables ante enfermedades de tipo patológico como cualquier otro ser
humano. Era Julian Ross un excelente jugador de fútbol que estaba afectado por
un problema de corazón. Todos los chiquillos sufríamos cuando el capitán del
Mambo F.C. se agarraba el pecho, pero solo se trataba de pequeños sustos que en
ningún caso acababan con su vida. Aunque solo podía jugar media hora de
partido, lo cual se traducía en interminables capítulos, dicho sea de paso, era
una delicia verle jugar y aprender valores que solo un ídolo puede transmitir.
Pero la vida real se
empeña en superar una y otra vez a la ficción y en junio de 2003 Marc-Vivien
Foé queda tirado sobre el césped por un ataque al corazón. Su imagen con los
ojos vueltos que parecían mirar a todas partes y a ninguna a la vez, es de esas
que se quedan grabadas en la retina y por las que llegas a sentir miedo a
practicar un deporte.
Caso similar es el de Miklos
Feher, que poco tiempo después, en enero de 2004 también cae fulminado sobre la
hierba, tras una tarjeta que le mostraron y parecía no comprender se retira
sonriente, caminando… se detiene por unos segundos y se desploma, sus
compañeros del Benfica se temen lo peor y su entrenador por aquel entonces,
José Antonio Camacho, llora como un niño, presagiando su fallecimiento. Las
imágenes son impactantes.
Por aquellos entonces
también presencié las muertes de dos ciclistas emblemáticos. El Chava Jiménez
se retira en 2002 del ciclismo profesional aquejado de una fuerte depresión y
en diciembre de 2003 muere de paro cardíaco. En febrero de 2004 muere Marco
Pantani en similares circunstancias, aunque el caso del mítico escalador
italiano es una historia difusa entre depresiones y drogas.
En este punto se
reafirman también los falsos ideales sobre la vida sana de los deportistas,
pero comprendes que va más allá de una simple diversión para ellos, hay casos
que usan las drogas como vía de escape a estados anímicos y presiones que
sufren personas que ganan mucho dinero, que tienen una vida de lujos, pero, no
olvidemos, que pierden su juventud y están sometidos a tensiones que no todos
son capaces de soportar.
En agosto de 2007 se va
quien para mí ha sido la pérdida más triste de todas, Antonio Puerta, la zurda
de diamantes. Evidentemente, puede deberse a su condición de jugador del
Sevilla FC, pero también tiene mucha culpa el hecho de ser el primero al que
presencié en directo cuando todo sucedió. Dragutinovic lo vio en el suelo e
intentó sacarle la lengua para que no se la tragara, había sufrido un desmayo a
causa de un infarto, se retiró del terreno de juego y en los vestuarios sufrió
varios ataques más. A muchos sevillistas de mayor edad se les venían a la
cabeza imágenes de Pedro Berruezo, otro jugador sevillista que falleció en
enero de 1973 en el terreno de juego. Después de estar tres días pegado al
televisor observando su evolución, la cruel noticia llegó, Antonio había
fallecido. Se dice que había tenido algún pequeño amago en los entrenamientos, aunque
había pasado las pruebas físicas, pero ya todo daba igual. Nuestro Julian Ross
particular nos dejaba para siempre; carismático, el alma del vestuario, según
cuentan, y con una calidad futbolística digna de elogio, eso lo vieron mis
propios ojos.
Esa dolorosa pérdida dejó
huella en muchos aficionados al deporte, su despedida fue multitudinaria y
sirvió para que se pusieran muchos medios preventivos con el fin de que no
tuviésemos que padecer este tipo de desgracias en el deporte y yo deseaba que
no volviese a ocurrir, no quería volver a ver un caso similar, pero volvió a
suceder. En agosto de 2009 el jugador del Espanyol Dani Jarque fallecía en la
habitación del hotel donde se alojaba debido, otra vez más, a un fallo
cardíaco. Otra multitudinaria capilla ardiente por otro hecho dramático. El
Sevilla FC y el Espanyol se confraternizaron, incluso después de haber tenido
varias rencillas deportivas, debido a la muerte de dos jugadores de sus clubs.
En Nervión, sentido homenaje a Puerta en el minuto 16 de cada partido, en
Monjuic antes y en Llobregat-El Prat ahora, ocurre lo mismo cada minuto 21 y en
los enfrentamientos de ambos conjuntos se hace el homenaje a ambos jugadores,
sea en el estadio que sea. Las aficiones se unen ante lo que la naturaleza
parece querer quitarnos, nos separa de seres queridos y debemos buscar el
abrazo de otros seres que están en la misma situación y con ello, el consuelo
mutuo.
El mundo del motor
también volvía a sentir el mayor varapalo que nos da la vida acabando con la
existencia de Shoya Tomizawa en septiembre de 2010. Otra vez a causa de un
brutal accidente donde el piloto japonés fue arrollado por varios compañeros
tras caer en el premio de San Marino de motociclismo. No pudo resistir los
traumatismos, contusiones y hemorragias que sufrió y perdió la vida. Un año
después, en octubre de 2011 en el circuito de Sepang otro piloto de
motociclismo falleció en circunstancias similares. Marco Simoncelli iba cayendo
y fue embestido por varios compañeros, al caer al suelo había perdido el casco,
el drama se palpaba en el ambiente y la triste noticia no se hizo esperar,
había fallecido en el acto. Marco era un piloto distinto a todo lo demás,
odiado o querido, no dejaba a nadie indiferente, era llamado a ser el sucesor
de los grandes mitos y lo tenía todo para serlo, gran carisma, destreza en su
pilotaje y esa pizca de locura que todo genio requiere. Fue otro de los grandes
impactos en el mundo del deporte donde una persona perdía la vida.
En junio de 2012, en
plena concentración de la Selección Española para la Eurocopa, despiertan los
periódicos con otra noticia que conmueve al colectivo deportivo, Manolo
Preciado es hallado muerto en Sueca, Valencia, el lugar donde se hospedaba
horas antes de formalizar su fichaje como entrenador del Villareal. Reconozco
que estaba entusiasmado por ver como afrontaba “el entrenador de los ascensos”
este periplo en Segunda División, para sacar del pozo a un equipo que se había
hecho emblemático en España, incluso Europa en los últimos años. Su
personalidad, su cercanía a los jugadores, a los periodistas, a los
aficionados, lo hacían un técnico querido y una persona entrañable y eso
influye en la asimilación de la noticia de su muerte. No estoy recordando su
fallecimiento como deportista, que lo fue en su juventud, si no más que nada
por ese apoyo que tendrán aquellos que se fueron y aquellos que se irán allá
donde estén o allá donde nuestra mente los tenga, será el mejor padre,
deportivamente hablando, que pudieran tener.
Ese mismo mes, ya
comenzada la Eurocopa, otro mazazo golpea al deporte y otro mazazo para la
ciudad de Sevilla. El 24 de junio de 2012, el defensa del Real Betis Balompié,
Miki Roqué, no supera un cáncer de pelvis
que arrastraba desde marzo de 2011 y fallece. Me llegó la noticia en el mismo
lugar donde vi desplomarse a Puerta, un bar muy futbolero de mi pueblo “El
Tropezón”. Allí se reúnen amigos y aficionados durante todo el año para
disfrutar de Liga, Champions, UEFA, Eurocopa, Mundial… y en ese momento
estábamos presenciando un interesante Inglaterra-Italia, un amigo que estaba
leyendo Twitter en su móvil nos comunicó esta tristísima noticia… en ese
momento acabó mi interés por el partido que estaba en juego, sentí impotencia,
rabia, pena… y pocos minutos después llegaba otro amigo, entraba en el bar con
los ojos humedecidos y dijo la frase “Miki Roqué ha muerto, Señores”. Todos lo
sabíamos y asentimos con la cabeza, tras ello se dirige a mí y me formula la
pregunta retórica “¿Por qué siempre se van los mejores?”. No supe contestar,
pero ese silencio dio la respuesta.
Dos días antes había
estado en una cena de mi trabajo y unos compañeros, conociendo mi sentir
sevillista, quisieron brindar y dirigiendo sus miradas a mí dijeron “¡Por el
Betis!”. Mi respuesta fue que brindaría por el Betis siempre que estuviera en
una velada tan acogedora como aquella, que por casualidad estaba rodeado de
béticos. Aunque pensaba que era de las pocas veces que brindaría por el eterno
rival (deportivo). Dos días más tarde me di cuenta que aquel simbólico acto fue
insignificante ante el sentido de la vida, que no debemos tomarnos tan a pecho
las diferencias entre amigos o familiares y que la humildad y el respeto entre
dos aficiones de la misma ciudad debe estar más presente, no solo cuando el
destino nos destroza con sus azotes traicioneros. No significa esto que
deportivamente deseemos que el eterno rival nos gane, celebre títulos, nos
supere en la tabla, me refiero a no mirar con malos ojos a un amigo porque su
equipo sea el contrario al nuestro, desear el mal deportivo al otro equipo pero
no a costa de una amistad. La vida es demasiado corta y bella como para
rivalizar con otra persona, mucho más si es amigo o familiar, por algo tan
insignificante como una institución deportiva, que dicho sea de paso, no ha
hecho nada por ti, ni siquiera sabe que existes, incluso si eres socio, solo
figuras como un número para ellos.
El caso de Miki Roqué,
como en su día la de Antonio Puerta, unió a dos aficiones en el mayor dolor o,
al menos, el más irremediable de todos, la muerte. Ambas aficiones de una misma
ciudad ya cuentan en su centenaria historia con un trágico acontecimiento, y a
partir de esta temporada, el estadio Benito Villamarín aclamará al cielo cada
minuto 26 en memoria de Miki Roqué. Y yo, cada minuto 26 de esos partidos
dejaré a parte mis colores y me uniré al sentimiento verdiblanco, más aún
cuando tengo amigos y familiares que sienten esos colores como yo siento los de
mi Sevilla FC, porque como no me cansaré de decir, hay cosas que están por
encima de todo.
Pero aún tengo algo más
que decir sobre el caso de Miki Roqué. Es en referencia a la podrida prensa
deportiva de este país. Los cuatro periódicos de mayor tirada nacional en
referencia al deporte, esos que durante todo el año parecen más revistas
sensacionalistas que diarios deportivos, solo ante el afán de conseguir dinero
a cualquier precio, esos que no contrastan noticias y que, a veces, se limitan
a copiar y pegar sin citar las fuentes, esos que manipulan la información y
luchan a favor de un equipo en concreto incondicionalmente como si se tratara
del medio oficial del club, que dudo que no lo sea, pero sin escrúpulos a la
hora de defender lo indefendible y criticar lo elogiable, en vez de dedicarse a
informar, esos cuatro periódicos, Marca, As, Sport y Mundo Deportivo amanecen
con unas portadas en las que solo
dedican una esquinita al fallecimiento de un deportista español y, dicho sea de
paso, también catalán, como lo son dos de esos periódicos que tanto defienden
lo suyo. Los otros dos, madrileños de pro, a lo suyo, la pose diaria de
Cristiano Ronaldo con su comentario ventajista o absurdo al lado, en tamaño
igual o superior al de una noticia seria y más importante como es la muerte de
una persona, en este caso relacionada con el deporte.
De verdad, esperaba algo
más, aunque no fuera tan elocuente como esto del Estadio Deportivo:
Y qué decir de la Real
Federación Española de Fútbol que no hizo nada para que se llevara a cabo un
mísero minuto de silencio, tampoco la UEFA puso de su parte. El mayor
espectáculo del mundo parece cada día más un circo, y estas cosas corrompen la
esencia del deporte.
En el mundo del deporte,
estas son las pérdidas más impactantes que he presenciado, pero ha habido casos
de deportistas que corrieron mejor suerte y se encuentran con nosotros. Rubén
de la Red, Darío Silva, Sergio Sánchez, Robert Kubica, María de Villota que aún
se debate entre la vida y la muerte en un hospital, pero seguro que se salvará…
y ha habido más, muchos más, a niveles no profesionales, personas ligadas al
deporte que han perdido la vida o han tenido la suerte de sobrevivir a algún
contratiempo. Un minuto de silencio por todos ellos.
También es deber obligado
recordar a todas las personas, ligadas o no al deporte, que fallecen jóvenes en
el mundo cuando todavía tienen mucho que ofrecer. En accidentes, por
enfermedades o, no lo olvidemos, a causa del hambre. Las recuerdo para hacer
notar que no escribo este artículo pensando que la vida de un deportista famoso
sea más importante que la de cualquier otro ser, si no porque los deportistas
cumplen otra misión en la sociedad, deben ser ejemplos para los más pequeños y,
por qué no, también para los mayores, inclusive en estos casos fatídicos, ya
que su último mensaje debe ser que todos somos iguales y vulnerables, que
debemos tener precaución en las carreteras, que debemos luchar por los avances
de la medicina y que debemos olvidar por momentos la competitividad para centrarnos
más en la deportividad, porque debemos tener presente que lo más importante de
todo es la vida, que cuando ésta se pierde dejamos un gran vacío en los que se quedan
y que la vida es lo verdaderamente importante por lo que luchar.
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